jueves, 29 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
El Tiempo...
La primera obra de teatro que escribi era para el taller de teatro de mi colegio. Creé, de pura casualidad, uno de mis personajes favoritos: Sequana, la diosa del tiempo.
Apesar de que era la mala, y de que nunca volví a escribir nada sobre ella, figura como una de mis "creaciones importantes".
bueno, el caso es que estoy aquí, pensando en el tiempo y en lo jodido que puede ser, y me imagino perfectamente a Sequana (la muy bruja) jugando con las manecillas de un reloj enorme, y disfrutando con nuestroo sufrimiento. A veces el tiempo tarda mucho y otras veces parece que se vá y que no te ha dejado nada, como ahora.
Para mi, este último año ha sido como un pestañeo, y sin embargo, soy consciente de que el tiempo ha pasado. Es tremendamente incómodo.
asi que supongo que solo me queda esperar a que a Sequana se le pase la idiotez del momento y me devuelva la sensacion de que el tiempo no me esta esquivando....!!!!!!
martes, 20 de abril de 2010
El Cuervo
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
"Es -dije musitando- un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más." ¡Ahl aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre. Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
"Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más." Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
"Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía."
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más. Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: "¿Leonora?"
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: "¡Leonora!"
Apenas esto fue, y nada más. Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
"Ciertamente -me dije-, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio."
¡Es el viento, y nada más! De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más. Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
"Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-.
no serás un cobarde.
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!"
Y el Cuervo dijo: "Nunca más." Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: "Nunca más." Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como vertiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
"Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas."
Y entonces dijo el pájaro: "Nunca más." Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
"sin duda -pensé-, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de "Nunca, nunca más." Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir graznando: "Nunca más," En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más! Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
"¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!"
Y el Cuervo dijo: "Nunca más." "¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!"
Y el cuervo dijo: "Nunca más." "¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!"
Y el cuervo dijo: "Nunca más." "¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: Nunca más." Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!
Edgar Allan Poe
Cry LIttle Sister, de Gerard Mcmann
(esta es la cancion de The Lost Boys)
The last fire will rise
Behind those eyes
Black house will rock
Blind boys dont lie
Immortal fear
That voice so clear
Through broken walls
That scream I hear
Cry little sister (thou shall not fall)
Come come to your brother (thou shall not die)
Unchain me sister (thou shall not fear)
Love is with your brother (thou shall not kill)
Blue mascarade
Strangers look up
When will they learn this lonliness?
Temptation heat
Beats like a drum
Deep in your veins
I will not lie little sister (thou shall not fall)
Come come to your brother (thou shall not die)
Unchain me sister (thou shall not fear)
Love is with your brother (thou shall not kill)
My shangrila
I cant forget
Why you were mine
I need you now
Cry little sister (thou shall not fall)
Come come to your brother (thou shall not die)
Unchain me sister (thou shall not fear)
Love is with your brother (thou shall not kill)
Cry little sister (thou shall not fall)
Come come to your brother (thou shall not die)
Unchain me sister (thou shall not fear)
Love is with your brother (thou shall not kill)
Cry little sister (thou shall not kill)
OH, THE MOON
La luna pesa 7,500,000,000,000,000,000.00 toneladas y ejerce diariamente sobre nosotros un poder de atracción superior a cualquier otro cuerpo celeste. Necesita exactamente 27 días, 7 hrs., 43 minutos y l2 segundos para recorrer todos los signos del zodiaco, a un ritmo que oscila entre 2 y 3 días en cada signo.
Sus fases son:
NUEVA O PRIMER CUARTO: comienza cuando la luna y el sol están juntos en el cielo. Al iniciarse la fase, la luna es invisible, escondida por el esplendor del sol, pero hacia el fin de esta fase, la luna se aparta mas del sol y comienza a crecer hacia el segundo cuarto y aparece en forma decreciente.
CRECIENTE O SEGUNDO CUARTO: empieza cuando al luna se ha apartado en 90 grados completos, del sol. la luna creciente sale hacia el medio día y se pone cerca de la medianoche. Ahora se puede ver en cielo occidental durante las últimas horas de la tarde, creciendo en tamaño hasta llegar a la luna llena.
LLENA O TERCER CUARTO: la luna esta llena y en un punto opuesto al sol, reflejando toda su luz. Tiene una forma redonda y es capaz de iluminar la noche.
MENGUANTE O CUARTO CUARTO: cuando la luna se ha apartado 90 grados de esa fase llena, disminuye su luz y sale a medianoche.
Si la tierra y el agua son muy influenciados por la luna, y el humano esta compuesto (básicamente un 80% de fluidos y un 20% de materia sólida) de tierra y agua, es lógico pensar que el astro también influye en nosotros de manera considerable…¿o no?
domingo, 18 de abril de 2010
Goiing to californnia, Led Zeppeplin
Spent my days with a woman unkind,
Smoked my stuff and drank all my wine.
Made up my mind to make a new start,
Going To California with an aching in my heart.
Someone told me there's a girl out there
with love in her eyes and flowers in her hair.
Took my chances on a big jet plane,
never let them tell you that they'all are the same.
The sea was red and the sky was grey,
I wondered how tomorrow could ever follow today.
The mountains and the canyons started to tremble and shake
as the children of the sun began
to awake.
Seems that the wrath of the Gods
Got a punch on the nose and it started to flow;
I think I might be sinking.
Throw me a line if I reach it in time
I'll meet you up there where the path
Runs straight and high.
To find a queen without a king,
They say she plays guitar and cries and sings... la la la la
Ride a white mare in the footsteps of dawn
Tryin' to find a woman who's never, never, never been born.
Standing on a hill in my mountain of dreams,
Telling myself it's not as hard, hard, hard as it seems.
Aida y el príncipe sangriento
Hubo una vez un hada preciosa. Su belleza no se comparaba con la belleza de cualquier otro ser del reino. Hombres, mujeres y niños se perdían en la inmensidad de sus ojos violetas, y obedecían sus deseos sin reparar en las consecuencias. Fue así como, tras aprovecharse de mucho inocentes, el hada perdió sus alas y se transformó en una terrible bruja a quien llamaron Aida.
Aida esparcía su maldad por el reino, adquiriendo cada vez más poder hasta que las hadas decidieron detenerla. Como no podían vencer sus poderes, construyeron una alta torre con propiedades mágicas. La construcción no tenía entrada ni salida y era tan alta que rozaba las nubes. Dejaron caer sobre la bruja un fuerte hechizo de sueño y la recostaron sobre una cama en lo alto de la torre mágica.
Así pasó el tiempo, tal vez cientos, tal vez miles de años, y un bosque espeso rodeó la torre donde permanecía la bruja. El tiempo había borrado la maldad de Aida de las memorias de las gentes y el reino vivía sin temores. Un día, el príncipe Gadáa paseaba no lejos del bosque cuando escuchó un murmullo en sus oídos : “Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”.
Aterrado por tal extraña voz, Gadáa huyó al palacio, donde se durmió y soñó con la mujer más bella que jamas hubiera podido imaginar. Cuando regresó al bosque unos días después, la misma voz resonó en su cabeza, tan fuerte que creyó que su cráneo estallaría.
“Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”. El príncipe se aferró la cabeza adolorido y la voz resonó otra vez. “Ven a mi torre… libérame de mi prisión”. Cegado por el dolor, Gadáa deambuló por el bosque sin dirección alguna, hasta llegar a los pies de una impresionante alta torre de piedra. La contempló maravillado, pues había oído hablar de aquel monumento, pero como mucho otros, lo habia creído una simple leyenda.
“Libérame de mi prisión”, habló la voz en su cabeza.
Con un rugido de dolor, Gadáa se dispuso a trepar por las piedras de la torre. Con su mente invadida por aquella voz, no le costó esfuerzo alguno. Al alcanzar la cima se aferro al marco de la única ventana y se dejó caer al interior de la estancia, entre polvo y telas de araña. A simple vista, el cuarto estaba vacío, pero entonces se fijó en una cama apoyada contra la pared del fondo y sobre ella, descansaba un cuerpo inerte. Gadáa sintió un escalofrío de pánico, pues los viejos cuentos hablaban de cierta bruja encerrada en los alto de esa torre. Miró por la ventana y se vio a muchos metros del suelo. ¿Cómo había llegado tan alto?
“Libérame de mi prisión”, dijo la voz, esta vez mucho mas suave. Gadáa se aproximó tembloroso a la cama y de cerca pudo apreciar que quien yacía ahí era una mujer cubierta en telas de araña y polvo. Se acercó más a ella y con una mano dubitativa apartó del rostro de la mujer el paso de los años. Gritó espantado al ver como su piel estaba raída, como porcelana rota y amarillenta. “Libérame de mi prisión. Di que me liberas de mi prisión”. La mujer no había movido los labios, ni facción alguna, pero su voz había sonado en la cabeza del príncipe alta y clara. “Di que me liberas de mi prisión”, volvió a ordenar. Gadáa titubeó:
-Yo te… yo te libero de tu prisión.- dijo.
La mujer abrió su boca momificaba y respiró hondo, como si no hubiera tenido aliento en mucho años, y a continuación abrió los ojos y se incorporó ante la mirada atónita del príncipe. Como si aquel acto de poder casi ilimitado no fuese suficiente, la piel de la mujer recobró su tono perlado y su textura suave original. Pareció estirarse como si disfrutara de sus movimientos y luego dirigió sus ojos violeta hacia el príncipe.
-Aida es mi nombre.-dijo.
-Tu eres la bruja del cuento- replicó Gadáa, retrocediendo unos pasos.
-Llámame como quieras. Ya soy libre.”
Sus pies tocaron el suelo de piedra y con sus manos se sacudió el polvo de los brazos y las faldas. Se puso en pie como si no pesara nada y se tocó el rostro con las manos.
-dime, príncipe Gadáa, ¿no soy la mujer más hermosa?
Gadáa observó su rostro y la profundidad de sus ojos violeta.
-¿no harías lo que sea solo para mirarme una vez más?.- insistió la bruja.
Al príncipe le costó replicar, pero cuando lo hizo dijo:
-Sí, Aida. Haria lo que fuera por ti.
La bruja cerró los ojos y rió, pues no era la única vez que escuchaba esas palabras, pero cada vez le gustaban más.
-Mata a tu padre y reina junto a mi.- ordenó.
El príncipe asintió en silencio.
-Luego quema el bosque, pues su magia blanca no me permite salir de la torre.
Gadáa bajó por la torre de la misma manera como había subido: con la voz de Aida en su cabeza. Atravesó el bosque y llegó a su palacio.
-¡Padre! ¡Padre!- llamó, hasta encontrarle en uno de los pasillos.- he conocido a una mujer.
El rey miró a su hijo con un destello de orgullo en los ojos.
-¿quién es, hijo mío?.- preguntó.
-La mujer más hermosa de éste y todos los reinos.
Gadáa recordó sus ojos violetas y su corazón latió veloz.
“Mátale y gobernaremos juntos. Seré tuya para siempre”, sonó la voz de Aida en su cabeza. Sintió un peso en uno de los bolsillos de su capa, y al introducir la mano entre la tela, tocó el frío de un metal; había una daga en su bolsillo.
La empuñó lentamente.
-lamento mucho esto, padre.- dijo.- Pero no puedo perderla.
Con los ojos cerrados clavó la daga en el pecho del rey, y tras verlo caer al suelo en su sangre, corrió al bosque, portando una de las antorchas del pasillo. Quemó arbustos y árboles y esperó a que la maleza ardiera.
-Lo has hecho muy bien, mi príncipe.- dijo Aida, a su lado.
-¿Serás mi reina ahora?
Aida le acarició el rostro.
-Sí, seré reina, pero no tuya.- aseguró.
Gadáa tembló, dándose cuenta de su tremendo error, pero ya era tarde, pues la bruja arremetió contra el, rasgando su piel con las uñas.
-la sangre es una debilidad de la casa real.- rió.
En príncipe cayó de rodillas, sintiendo como hilos de sangre corrían por su cuerpo.
-No…no puedo dejar de sangrar.- vaciló.
La bruja Aida le miró sin lástima, viendo como Gadáa se empapaba en su propia sangre y se debatía en vano para incorporarse del suelo. Segura de que la muerte no tardaría en llevárselo, se dio la vuelta y caminó hacia en palacio.
Gadáa, en sus últimos suspiros, recordó que la daga que había usado para asesinar a su padre aún descansaba en su bolsillo, e incorporándose chorreando sangre, se acercó a la bruja, quien le pensaba muerto. Aprovechando su ventaja, clavó la daga en la espalda de Aida. Con un rugido feroz, el cuerpo de la bruja se transformó en polvo y la daga cayó al césped. Gadáa, aún sangrando sin decoro, cayó al suelo junto a ella y ahí, casi alcanzado por las llamas del fuego que el mismo había provocado, exhaló su último suspiro.
Norah Maria V. Walsh.
Aida esparcía su maldad por el reino, adquiriendo cada vez más poder hasta que las hadas decidieron detenerla. Como no podían vencer sus poderes, construyeron una alta torre con propiedades mágicas. La construcción no tenía entrada ni salida y era tan alta que rozaba las nubes. Dejaron caer sobre la bruja un fuerte hechizo de sueño y la recostaron sobre una cama en lo alto de la torre mágica.
Así pasó el tiempo, tal vez cientos, tal vez miles de años, y un bosque espeso rodeó la torre donde permanecía la bruja. El tiempo había borrado la maldad de Aida de las memorias de las gentes y el reino vivía sin temores. Un día, el príncipe Gadáa paseaba no lejos del bosque cuando escuchó un murmullo en sus oídos : “Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”.
Aterrado por tal extraña voz, Gadáa huyó al palacio, donde se durmió y soñó con la mujer más bella que jamas hubiera podido imaginar. Cuando regresó al bosque unos días después, la misma voz resonó en su cabeza, tan fuerte que creyó que su cráneo estallaría.
“Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”. El príncipe se aferró la cabeza adolorido y la voz resonó otra vez. “Ven a mi torre… libérame de mi prisión”. Cegado por el dolor, Gadáa deambuló por el bosque sin dirección alguna, hasta llegar a los pies de una impresionante alta torre de piedra. La contempló maravillado, pues había oído hablar de aquel monumento, pero como mucho otros, lo habia creído una simple leyenda.
“Libérame de mi prisión”, habló la voz en su cabeza.
Con un rugido de dolor, Gadáa se dispuso a trepar por las piedras de la torre. Con su mente invadida por aquella voz, no le costó esfuerzo alguno. Al alcanzar la cima se aferro al marco de la única ventana y se dejó caer al interior de la estancia, entre polvo y telas de araña. A simple vista, el cuarto estaba vacío, pero entonces se fijó en una cama apoyada contra la pared del fondo y sobre ella, descansaba un cuerpo inerte. Gadáa sintió un escalofrío de pánico, pues los viejos cuentos hablaban de cierta bruja encerrada en los alto de esa torre. Miró por la ventana y se vio a muchos metros del suelo. ¿Cómo había llegado tan alto?
“Libérame de mi prisión”, dijo la voz, esta vez mucho mas suave. Gadáa se aproximó tembloroso a la cama y de cerca pudo apreciar que quien yacía ahí era una mujer cubierta en telas de araña y polvo. Se acercó más a ella y con una mano dubitativa apartó del rostro de la mujer el paso de los años. Gritó espantado al ver como su piel estaba raída, como porcelana rota y amarillenta. “Libérame de mi prisión. Di que me liberas de mi prisión”. La mujer no había movido los labios, ni facción alguna, pero su voz había sonado en la cabeza del príncipe alta y clara. “Di que me liberas de mi prisión”, volvió a ordenar. Gadáa titubeó:
-Yo te… yo te libero de tu prisión.- dijo.
La mujer abrió su boca momificaba y respiró hondo, como si no hubiera tenido aliento en mucho años, y a continuación abrió los ojos y se incorporó ante la mirada atónita del príncipe. Como si aquel acto de poder casi ilimitado no fuese suficiente, la piel de la mujer recobró su tono perlado y su textura suave original. Pareció estirarse como si disfrutara de sus movimientos y luego dirigió sus ojos violeta hacia el príncipe.
-Aida es mi nombre.-dijo.
-Tu eres la bruja del cuento- replicó Gadáa, retrocediendo unos pasos.
-Llámame como quieras. Ya soy libre.”
Sus pies tocaron el suelo de piedra y con sus manos se sacudió el polvo de los brazos y las faldas. Se puso en pie como si no pesara nada y se tocó el rostro con las manos.
-dime, príncipe Gadáa, ¿no soy la mujer más hermosa?
Gadáa observó su rostro y la profundidad de sus ojos violeta.
-¿no harías lo que sea solo para mirarme una vez más?.- insistió la bruja.
Al príncipe le costó replicar, pero cuando lo hizo dijo:
-Sí, Aida. Haria lo que fuera por ti.
La bruja cerró los ojos y rió, pues no era la única vez que escuchaba esas palabras, pero cada vez le gustaban más.
-Mata a tu padre y reina junto a mi.- ordenó.
El príncipe asintió en silencio.
-Luego quema el bosque, pues su magia blanca no me permite salir de la torre.
Gadáa bajó por la torre de la misma manera como había subido: con la voz de Aida en su cabeza. Atravesó el bosque y llegó a su palacio.
-¡Padre! ¡Padre!- llamó, hasta encontrarle en uno de los pasillos.- he conocido a una mujer.
El rey miró a su hijo con un destello de orgullo en los ojos.
-¿quién es, hijo mío?.- preguntó.
-La mujer más hermosa de éste y todos los reinos.
Gadáa recordó sus ojos violetas y su corazón latió veloz.
“Mátale y gobernaremos juntos. Seré tuya para siempre”, sonó la voz de Aida en su cabeza. Sintió un peso en uno de los bolsillos de su capa, y al introducir la mano entre la tela, tocó el frío de un metal; había una daga en su bolsillo.
La empuñó lentamente.
-lamento mucho esto, padre.- dijo.- Pero no puedo perderla.
Con los ojos cerrados clavó la daga en el pecho del rey, y tras verlo caer al suelo en su sangre, corrió al bosque, portando una de las antorchas del pasillo. Quemó arbustos y árboles y esperó a que la maleza ardiera.
-Lo has hecho muy bien, mi príncipe.- dijo Aida, a su lado.
-¿Serás mi reina ahora?
Aida le acarició el rostro.
-Sí, seré reina, pero no tuya.- aseguró.
Gadáa tembló, dándose cuenta de su tremendo error, pero ya era tarde, pues la bruja arremetió contra el, rasgando su piel con las uñas.
-la sangre es una debilidad de la casa real.- rió.
En príncipe cayó de rodillas, sintiendo como hilos de sangre corrían por su cuerpo.
-No…no puedo dejar de sangrar.- vaciló.
La bruja Aida le miró sin lástima, viendo como Gadáa se empapaba en su propia sangre y se debatía en vano para incorporarse del suelo. Segura de que la muerte no tardaría en llevárselo, se dio la vuelta y caminó hacia en palacio.
Gadáa, en sus últimos suspiros, recordó que la daga que había usado para asesinar a su padre aún descansaba en su bolsillo, e incorporándose chorreando sangre, se acercó a la bruja, quien le pensaba muerto. Aprovechando su ventaja, clavó la daga en la espalda de Aida. Con un rugido feroz, el cuerpo de la bruja se transformó en polvo y la daga cayó al césped. Gadáa, aún sangrando sin decoro, cayó al suelo junto a ella y ahí, casi alcanzado por las llamas del fuego que el mismo había provocado, exhaló su último suspiro.
Norah Maria V. Walsh.
martes, 6 de abril de 2010
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Esta es mi parte favorita de todo el libro y la quiero compartir. Se sitúa en Nueva Orleáns, Luisiana. Ingnatius Reilly va por ahí vendiendo bocadillos de salchichas con un carro, pues es su recién adquirido empleo, cuando se le acerca un joven que quiere comprarle la primera salchicha del día. Y esto es lo que pasa:
“Ignatius miró con dureza al jovencito que se había colocado delante del carro. Su válvula protestaba contra los granos, la cara hosca que parecia colgar del pelo largo y convenientemente aceitoso, el cigarrillo colgado en la oreja, la chaqueta color aguamarina, las botas elegantes, los pantalones estrechos que abultaban ofensivamente en la entrepierna, violando todas las normas de la geometría y la teología.
- lo siento.- masculló.- Solo me quedan unas cuantas salchichas y tengo que reservarlas. Quítese de mi camino, por favor.
-¿Reservarlas?¿Para quien?
-Eso no es asunto tuyo, jovencito. ¿Por qué no está usted en la escuela? Haga el favor de dejar de molestarme. Además, no tengo cambio.
-Yo tengo suelto- silbaron aquellos labios blancos y delgados.
-no puedo venderle a usted un bocadillo, caballero, ¿está claro?
-¿Pero que te pasa a ti, hombre?
-¿qué me pasa a mi? ¡Que le pasa a usted! ¿cómo es usted tan antinatural que desea un bocadillo a esta hora tan temprana de la tarde? Mi conciencia no me permite vendérselo. Piense en su cutis repugnante. Esta usted en pleno desarrollo y su organismo necesita un buen suministro de verduras y zumo de naranja, y pan integral y espinacas y cosas así. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a contribuir en la corrupción de un menor.
-¿Pero de que habla usted? Déme ese bocadillo, venga. Tengo hambre. No he comido.
-¡No!- gritó Ignatius, tan furioso que los transeúntes miraron.- Lárguese de aquí antes de que le atropelle con mi carro.
George abrió la trampilla del compartimiento de los panecillos y dijo:
-Oiga, tiene aquí material de sobra. Prepáreme uno.
-¡Socorro!- gritó Ignatius, recordando de pronto las advertencias del viejo sobre los ladrones-. ¡Quieren robarme los panecillos!¡Policía!
Ignatius echó hacia atrás el carrito y lo lanzó contra la entrepierna de George.
-¡Ay! Cuidado con lo que haces, loco.
-¡Socorro!¡Ladrones!
-Cállate, por amor de Dios- dijo George, cerrando la tapa de golpe- Deberian encerrarte, maricón de mierda.
-¿Qué?- gritó Ignatius.- ¿Qué impertinencia es esa?
-Eres un maricón y estás chiflado- bufó George más fuerte, y se alejó, las tapas de los tacones rayando la acera.- ¿Quién va a querer comer algo que han tocado esas manos mariconas?
-¿Cómo te atreves a gritar semejantes indecencias? ¡Que alguien agarre a ese muchacho!- gritó Ignatius furioso, mientras George desaparecía calle abajo entre la multitud.- Que alguien tenga la decencia de coger a ese delincuente juvenil. Ese menor desvergonzado. Ya no hay respeto. ¡ A ese rufián debían azotarle hasta dejarle sin sentido!
Una mujer del grupo que rodeaba la salchicha móvil, dijo:
- hay que ver. ¿De donde sacarán a estos vendedores?
- Borrachos y vagabundos.- le contesto alguien.
- Un borracho, eso es lo que es. A todos los ha vuelto locos el vino. No deberian dejar a gente como esta suelta por la calle.
- ¿Es mi paranoia que se ha desmandado por completo?- preguntó Ignatius al grupo.- ¿O estas ustedes, mongoloides, hablando realmente de mi?
- Es mejor dejarle en paz.- dijo alguien.- fíjense que ojos.”
Bueno, cuando Ignatius llega donde el señor Clyde le dice lo siguiente:
“-Somos dos afortunados por el hecho de que haya podido regresar siquiera. Sepa que han atacado de nuevo.
-¿Quién?
-El sindicato del crimen. Dios sabe quiénes son. Mire mis manos.- Ignatius plantó sus manazas delante de la cara del viejo.-Todo mi sistema nervioso está a punto de rebelarse contra mí por someterlo a este trauma. Si caigo de pronto en una crisis nerviosa no se extrañe.
-¿Qué demonios pasó?
-Un miembro del inmenso hampa juvenil me acorraló en la Calle Carondelet.
-¿Lo robó a usted?-preguntó nervioso el viejo.
-Brutalmente. Me colocó en las sienes una pistola grande y oxidada. En realidad, me la aplicó directamente sobre un punto vital, impidiendo que la sangre me circulara por el lado izquierdo de la cabeza por un buen rato.
-¿En la Calle Carondelet a esta hora del día?¿Y nadie intervino?
-Por su puesto que no. La gente alienta a los delincuentes en estos casos. Quizá experimente una especie de placer ante el espectáculo de un pobre y afanoso vendedor al que se humilla públicamente. Quizá quisiesen respetar el espíritu de iniciativa del muchacho.
-¿Y que aspecto tenia?
-El de miles de jóvenes. Granos, tupé, adenoides, el equipaje adolescente standart. Quizá hubiera tenido alguna marca de nacimiento o una rodilla débil. La verdad es que no puedo acordarme. Cuando me incrustó la pistola en la cabeza, me desmayé por falta de riego en el cerebro y por el miedo. Mientras estaba allí tumbado en la acera, parece ser que saqueó el carro.
-¿Cuánto dinero se llevó?
-¿Dinero? No robó dinero. En realidad, no había dinero que robar, pues no había conseguido vender ni uno de esos manjares siquiera. Robó las salchichas. En fin, al parecer no se las llevó todas. Cuando recobré el conocimiento, examiné el carro. Aun quedan una o dos, creo.
-nunca oí nada parecido.
-Quizá tuviera mucha hambre. Quizá alguna deficiencia vitamínica de su organismo en desarrollo necesitase urgentemente una compensación. El deseo de alimento y de sexo es relativamente similar. Si hay violaciones a mano armada, ¿por qué no habría de haber robos de salchichas a mano armada? No veo nada insólito en el asunto.”
En mi opinión es sencillamente brillante.
“Ignatius miró con dureza al jovencito que se había colocado delante del carro. Su válvula protestaba contra los granos, la cara hosca que parecia colgar del pelo largo y convenientemente aceitoso, el cigarrillo colgado en la oreja, la chaqueta color aguamarina, las botas elegantes, los pantalones estrechos que abultaban ofensivamente en la entrepierna, violando todas las normas de la geometría y la teología.
- lo siento.- masculló.- Solo me quedan unas cuantas salchichas y tengo que reservarlas. Quítese de mi camino, por favor.
-¿Reservarlas?¿Para quien?
-Eso no es asunto tuyo, jovencito. ¿Por qué no está usted en la escuela? Haga el favor de dejar de molestarme. Además, no tengo cambio.
-Yo tengo suelto- silbaron aquellos labios blancos y delgados.
-no puedo venderle a usted un bocadillo, caballero, ¿está claro?
-¿Pero que te pasa a ti, hombre?
-¿qué me pasa a mi? ¡Que le pasa a usted! ¿cómo es usted tan antinatural que desea un bocadillo a esta hora tan temprana de la tarde? Mi conciencia no me permite vendérselo. Piense en su cutis repugnante. Esta usted en pleno desarrollo y su organismo necesita un buen suministro de verduras y zumo de naranja, y pan integral y espinacas y cosas así. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a contribuir en la corrupción de un menor.
-¿Pero de que habla usted? Déme ese bocadillo, venga. Tengo hambre. No he comido.
-¡No!- gritó Ignatius, tan furioso que los transeúntes miraron.- Lárguese de aquí antes de que le atropelle con mi carro.
George abrió la trampilla del compartimiento de los panecillos y dijo:
-Oiga, tiene aquí material de sobra. Prepáreme uno.
-¡Socorro!- gritó Ignatius, recordando de pronto las advertencias del viejo sobre los ladrones-. ¡Quieren robarme los panecillos!¡Policía!
Ignatius echó hacia atrás el carrito y lo lanzó contra la entrepierna de George.
-¡Ay! Cuidado con lo que haces, loco.
-¡Socorro!¡Ladrones!
-Cállate, por amor de Dios- dijo George, cerrando la tapa de golpe- Deberian encerrarte, maricón de mierda.
-¿Qué?- gritó Ignatius.- ¿Qué impertinencia es esa?
-Eres un maricón y estás chiflado- bufó George más fuerte, y se alejó, las tapas de los tacones rayando la acera.- ¿Quién va a querer comer algo que han tocado esas manos mariconas?
-¿Cómo te atreves a gritar semejantes indecencias? ¡Que alguien agarre a ese muchacho!- gritó Ignatius furioso, mientras George desaparecía calle abajo entre la multitud.- Que alguien tenga la decencia de coger a ese delincuente juvenil. Ese menor desvergonzado. Ya no hay respeto. ¡ A ese rufián debían azotarle hasta dejarle sin sentido!
Una mujer del grupo que rodeaba la salchicha móvil, dijo:
- hay que ver. ¿De donde sacarán a estos vendedores?
- Borrachos y vagabundos.- le contesto alguien.
- Un borracho, eso es lo que es. A todos los ha vuelto locos el vino. No deberian dejar a gente como esta suelta por la calle.
- ¿Es mi paranoia que se ha desmandado por completo?- preguntó Ignatius al grupo.- ¿O estas ustedes, mongoloides, hablando realmente de mi?
- Es mejor dejarle en paz.- dijo alguien.- fíjense que ojos.”
Bueno, cuando Ignatius llega donde el señor Clyde le dice lo siguiente:
“-Somos dos afortunados por el hecho de que haya podido regresar siquiera. Sepa que han atacado de nuevo.
-¿Quién?
-El sindicato del crimen. Dios sabe quiénes son. Mire mis manos.- Ignatius plantó sus manazas delante de la cara del viejo.-Todo mi sistema nervioso está a punto de rebelarse contra mí por someterlo a este trauma. Si caigo de pronto en una crisis nerviosa no se extrañe.
-¿Qué demonios pasó?
-Un miembro del inmenso hampa juvenil me acorraló en la Calle Carondelet.
-¿Lo robó a usted?-preguntó nervioso el viejo.
-Brutalmente. Me colocó en las sienes una pistola grande y oxidada. En realidad, me la aplicó directamente sobre un punto vital, impidiendo que la sangre me circulara por el lado izquierdo de la cabeza por un buen rato.
-¿En la Calle Carondelet a esta hora del día?¿Y nadie intervino?
-Por su puesto que no. La gente alienta a los delincuentes en estos casos. Quizá experimente una especie de placer ante el espectáculo de un pobre y afanoso vendedor al que se humilla públicamente. Quizá quisiesen respetar el espíritu de iniciativa del muchacho.
-¿Y que aspecto tenia?
-El de miles de jóvenes. Granos, tupé, adenoides, el equipaje adolescente standart. Quizá hubiera tenido alguna marca de nacimiento o una rodilla débil. La verdad es que no puedo acordarme. Cuando me incrustó la pistola en la cabeza, me desmayé por falta de riego en el cerebro y por el miedo. Mientras estaba allí tumbado en la acera, parece ser que saqueó el carro.
-¿Cuánto dinero se llevó?
-¿Dinero? No robó dinero. En realidad, no había dinero que robar, pues no había conseguido vender ni uno de esos manjares siquiera. Robó las salchichas. En fin, al parecer no se las llevó todas. Cuando recobré el conocimiento, examiné el carro. Aun quedan una o dos, creo.
-nunca oí nada parecido.
-Quizá tuviera mucha hambre. Quizá alguna deficiencia vitamínica de su organismo en desarrollo necesitase urgentemente una compensación. El deseo de alimento y de sexo es relativamente similar. Si hay violaciones a mano armada, ¿por qué no habría de haber robos de salchichas a mano armada? No veo nada insólito en el asunto.”
En mi opinión es sencillamente brillante.
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