Hubo una vez un hada preciosa. Su belleza no se comparaba con la belleza de cualquier otro ser del reino. Hombres, mujeres y niños se perdían en la inmensidad de sus ojos violetas, y obedecían sus deseos sin reparar en las consecuencias. Fue así como, tras aprovecharse de mucho inocentes, el hada perdió sus alas y se transformó en una terrible bruja a quien llamaron Aida.
Aida esparcía su maldad por el reino, adquiriendo cada vez más poder hasta que las hadas decidieron detenerla. Como no podían vencer sus poderes, construyeron una alta torre con propiedades mágicas. La construcción no tenía entrada ni salida y era tan alta que rozaba las nubes. Dejaron caer sobre la bruja un fuerte hechizo de sueño y la recostaron sobre una cama en lo alto de la torre mágica.
Así pasó el tiempo, tal vez cientos, tal vez miles de años, y un bosque espeso rodeó la torre donde permanecía la bruja. El tiempo había borrado la maldad de Aida de las memorias de las gentes y el reino vivía sin temores. Un día, el príncipe Gadáa paseaba no lejos del bosque cuando escuchó un murmullo en sus oídos : “Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”.
Aterrado por tal extraña voz, Gadáa huyó al palacio, donde se durmió y soñó con la mujer más bella que jamas hubiera podido imaginar. Cuando regresó al bosque unos días después, la misma voz resonó en su cabeza, tan fuerte que creyó que su cráneo estallaría.
“Príncipe… libérame de mi prisión y te convertiré en el rey mas poderoso”. El príncipe se aferró la cabeza adolorido y la voz resonó otra vez. “Ven a mi torre… libérame de mi prisión”. Cegado por el dolor, Gadáa deambuló por el bosque sin dirección alguna, hasta llegar a los pies de una impresionante alta torre de piedra. La contempló maravillado, pues había oído hablar de aquel monumento, pero como mucho otros, lo habia creído una simple leyenda.
“Libérame de mi prisión”, habló la voz en su cabeza.
Con un rugido de dolor, Gadáa se dispuso a trepar por las piedras de la torre. Con su mente invadida por aquella voz, no le costó esfuerzo alguno. Al alcanzar la cima se aferro al marco de la única ventana y se dejó caer al interior de la estancia, entre polvo y telas de araña. A simple vista, el cuarto estaba vacío, pero entonces se fijó en una cama apoyada contra la pared del fondo y sobre ella, descansaba un cuerpo inerte. Gadáa sintió un escalofrío de pánico, pues los viejos cuentos hablaban de cierta bruja encerrada en los alto de esa torre. Miró por la ventana y se vio a muchos metros del suelo. ¿Cómo había llegado tan alto?
“Libérame de mi prisión”, dijo la voz, esta vez mucho mas suave. Gadáa se aproximó tembloroso a la cama y de cerca pudo apreciar que quien yacía ahí era una mujer cubierta en telas de araña y polvo. Se acercó más a ella y con una mano dubitativa apartó del rostro de la mujer el paso de los años. Gritó espantado al ver como su piel estaba raída, como porcelana rota y amarillenta. “Libérame de mi prisión. Di que me liberas de mi prisión”. La mujer no había movido los labios, ni facción alguna, pero su voz había sonado en la cabeza del príncipe alta y clara. “Di que me liberas de mi prisión”, volvió a ordenar. Gadáa titubeó:
-Yo te… yo te libero de tu prisión.- dijo.
La mujer abrió su boca momificaba y respiró hondo, como si no hubiera tenido aliento en mucho años, y a continuación abrió los ojos y se incorporó ante la mirada atónita del príncipe. Como si aquel acto de poder casi ilimitado no fuese suficiente, la piel de la mujer recobró su tono perlado y su textura suave original. Pareció estirarse como si disfrutara de sus movimientos y luego dirigió sus ojos violeta hacia el príncipe.
-Aida es mi nombre.-dijo.
-Tu eres la bruja del cuento- replicó Gadáa, retrocediendo unos pasos.
-Llámame como quieras. Ya soy libre.”
Sus pies tocaron el suelo de piedra y con sus manos se sacudió el polvo de los brazos y las faldas. Se puso en pie como si no pesara nada y se tocó el rostro con las manos.
-dime, príncipe Gadáa, ¿no soy la mujer más hermosa?
Gadáa observó su rostro y la profundidad de sus ojos violeta.
-¿no harías lo que sea solo para mirarme una vez más?.- insistió la bruja.
Al príncipe le costó replicar, pero cuando lo hizo dijo:
-Sí, Aida. Haria lo que fuera por ti.
La bruja cerró los ojos y rió, pues no era la única vez que escuchaba esas palabras, pero cada vez le gustaban más.
-Mata a tu padre y reina junto a mi.- ordenó.
El príncipe asintió en silencio.
-Luego quema el bosque, pues su magia blanca no me permite salir de la torre.
Gadáa bajó por la torre de la misma manera como había subido: con la voz de Aida en su cabeza. Atravesó el bosque y llegó a su palacio.
-¡Padre! ¡Padre!- llamó, hasta encontrarle en uno de los pasillos.- he conocido a una mujer.
El rey miró a su hijo con un destello de orgullo en los ojos.
-¿quién es, hijo mío?.- preguntó.
-La mujer más hermosa de éste y todos los reinos.
Gadáa recordó sus ojos violetas y su corazón latió veloz.
“Mátale y gobernaremos juntos. Seré tuya para siempre”, sonó la voz de Aida en su cabeza. Sintió un peso en uno de los bolsillos de su capa, y al introducir la mano entre la tela, tocó el frío de un metal; había una daga en su bolsillo.
La empuñó lentamente.
-lamento mucho esto, padre.- dijo.- Pero no puedo perderla.
Con los ojos cerrados clavó la daga en el pecho del rey, y tras verlo caer al suelo en su sangre, corrió al bosque, portando una de las antorchas del pasillo. Quemó arbustos y árboles y esperó a que la maleza ardiera.
-Lo has hecho muy bien, mi príncipe.- dijo Aida, a su lado.
-¿Serás mi reina ahora?
Aida le acarició el rostro.
-Sí, seré reina, pero no tuya.- aseguró.
Gadáa tembló, dándose cuenta de su tremendo error, pero ya era tarde, pues la bruja arremetió contra el, rasgando su piel con las uñas.
-la sangre es una debilidad de la casa real.- rió.
En príncipe cayó de rodillas, sintiendo como hilos de sangre corrían por su cuerpo.
-No…no puedo dejar de sangrar.- vaciló.
La bruja Aida le miró sin lástima, viendo como Gadáa se empapaba en su propia sangre y se debatía en vano para incorporarse del suelo. Segura de que la muerte no tardaría en llevárselo, se dio la vuelta y caminó hacia en palacio.
Gadáa, en sus últimos suspiros, recordó que la daga que había usado para asesinar a su padre aún descansaba en su bolsillo, e incorporándose chorreando sangre, se acercó a la bruja, quien le pensaba muerto. Aprovechando su ventaja, clavó la daga en la espalda de Aida. Con un rugido feroz, el cuerpo de la bruja se transformó en polvo y la daga cayó al césped. Gadáa, aún sangrando sin decoro, cayó al suelo junto a ella y ahí, casi alcanzado por las llamas del fuego que el mismo había provocado, exhaló su último suspiro.
Norah Maria V. Walsh.
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